Uno de los temas que más trabajo en consultas son la relaciones. Somos mamiferos y seres sociales. Construimos nuestro mundo a través del vínculo con los demás, y muchas veces, sin darnos cuenta, terminamos atrapados en dinámicas que nos hacen daño. Repetimos patrones que nos suenan familiares, nos colocamos en papeles que conocemos bien, pero que no siempre nos hacen bien. Y cuando queremos salir… a veces ya estamos demasiado enredados: tenemos un buen lío.
Hoy quiero hablarte de un modelo que puede ayudarte a entender estas dinámicas: el Triángulo dramático de Karpman. Es una herramienta sencilla que pone palabras a eso que tantas veces sentimos pero no sabemos explicar.
Karpman, psiquiatra y discípulo de Eric Berne (fundador del Análisis Transaccional), observó que en muchos conflictos emocionales se repetían tres roles: víctima, salvador y perseguidor. Si lo piensas, estos personajes están presentes en casi todas las películas, cuentos o telenovelas. Pero no sólo en la ficción. También en nuestras relaciones más cotidianas.
Al principio, estos papeles pueden darnos sensación de control, pertenencia o seguridad. Pero con el tiempo, suelen derivar en relaciones desequilibradas, desgastantes y llenas de malestar. Y lo más curioso es que, sin darnos cuenta, podemos ir cambiando de rol dentro del triángulo.
¿Por qué jugamos este juego si no nos hace bien?
Tendemos a jugar a estejuego porque, muchas veces, nos resulta conocido. Y porque a veces, sufrir se percibe como más fácil que sostener el vacío. La psicología transaccional nos dice que el mayor miedo del ser humano es no ser visto. Por eso, incluso una interacción que nos duele puede parecer más segura que el silencio o la indiferencia. Cuánto cuesta sostener el vacío…
Además, estos roles no son estáticos: nos movemos entre ellos. A veces empezamos como salvadores y terminamos agotados, sintiéndonos víctimas. O pasamos de la queja a la rabia, y de la víctima al perseguidor. El triángulo se activa… y se vuelve adictivo.
Vamos a ver cada rol más de cerca.
La víctima: “A mí siempre me pasa”
La víctima no se siente capaz de hacerse cargo de su vida. Se instala en la queja, se siente tratada injustamente por el mundo y repite frases como “yo no puedo”, “tengo mala suerte” o “todo me sale mal”. Al asumir este papel, se infantiliza. Lanza un mensaje claro a su entorno: “necesito que alguien venga a rescatarme”.
Cuando recibe esa ayuda, obtiene una recompensa emocional: el reconocimiento. Siente que importa. Pero a la vez, se vuelve dependiente, cede el control de su vida y no desarrolla sus propios recursos. Se queda estancada, esperando que los demás cambien algo que solo ella puede cambiar.
Controla a través de la pena. Genera culpa en los demás para asegurarse de que sigan cuidándola, aunque eso refuerce su sensación de impotencia.
El salvador: “Yo me encargo”
El salvador es quien cuida, ayuda, soluciona. Muchas veces lo hace desde el cariño, pero también desde una necesidad interna no resuelta: ser necesario. Ha aprendido a ganarse el reconocimiento ofreciendo su apoyo incondicional, muchas veces a costa de sí mismo.
Es el que siempre tiene una solución, el que se desvive, el que se adelanta a lo que la víctima necesita. Pero con el tiempo, se agota. Porque nadie puede sostener eternamente a otro sin vaciarse.
Entonces pueden pasar dos cosas: o se convierte en víctima (“yo siempre estoy para los demás, pero nadie está para mí”) o estalla en rabia y se transforma en perseguidor (“¡ya está bien de quejarte!”).
Controla a través de su ayuda. Se extralimita, impide el desarrollo del otro y no permite que el otro asuma su responsabilidad. Y si no ayuda, siente culpa, no sabe relacionarse de otra forma.
El perseguidor: “Así no se hacen las cosas”
El perseguidor es el que impone, corrige, señala lo que está mal. Se muestra frío, exigente o incluso autoritario. Parece tenerlo todo claro, pero en el fondo también está gestionando sus propias inseguridades.
Suele emerger cuando alguien ya no puede más. El salvador cansado puede volverse perseguidor. La víctima harta de sentirse débil puede pasar al ataque. Todos llevamos a estos tres dentro, aunque uno nos suene más que otros.
El perseguidor busca controlar para protegerse. Marca las reglas y reprime la emoción. Pero lo que hay detrás suele ser miedo: miedo al caos, al descontrol, al dolor.
¿Cómo salimos del triángulo?
Salir del triángulo no es fácil, pero sí posible. Y empieza por reconocer en qué papel tendemos a colocarnos. No para juzgarnos, sino para elegir distinto.
La víctima necesita reconectar con su fuerza interna y asumir responsabilidad sobre su vida. No todo depende de uno, claro. Pero tampoco todo depende de los demás. Y eso también empodera.
El salvador necesita dejar de definirse por lo que hace por otros y empezar a atender sus propias necesidades. Pedir ayuda. Sostener la incomodidad de no ser imprescindible.
El perseguidor necesita soltar el control y abrir espacio a la empatía. Dejar de imponer y empezar a escuchar. No todo tiene que ser como uno cree que debe ser.
La clave está en todo caso está en actuar con responsabilidad sobre la propia actitud.
- Cuando la victima se hace cargo ella misma de su propia vulnerabilidad, emerge su capacidad de cambio. Pasando a moverse como aprendiz.
- Cuando el salvador trbajar el ofrecer su ayuda sin perderse, ni sobreproteger, llegar a ser un gran acompañante.
- Cuando el perseguidor aporta estructura y marca límites desde la empatía y el respeto se convierte en un gran líder.
Y tú, ¿en qué papel te reconoces más?
Quizás estás en una etapa en la que te cuesta sostenerte solo. O te pasas el día pendiente de los demás. O estás cansado de tener que poner orden a todo. Sea cual sea el lugar desde el que te estás relacionando, recuerda esto: puedes salir del triángulo. Pero no tienes por qué hacerlo solo/a.
Si te apetece trabajar tus relaciones de forma más sana, aquí tienes un espacio seguro para empezar.
Psicóloga y nutricionista.
Psicóloga Colegiada M-41625
- Marta García Huidobrohttps://ghupsicologia.com/author/ghupsicologia/